miércoles, 4 de noviembre de 2015

¡La voz de mi amado! Ahí viene... (Cant 2, 8)



El llamado a vírgenes cristianas para consagrarse, ya en esta tierra, al infinito Amor de Cristo Esposo, hunde sus raíces en los orígenes mismos de la Iglesia. Así lo expresa el Apóstol San Pablo en 1 Cor 7, 34. Esta Voz sigue llamando hoy, con la misma fuerza, con la misma intensidad, con el mismo sentido profético. 


A diferencia de las mujeres que pertenecen a congregaciones religiosas o institutos seculares, las vírgenes consagradas viven solas, no están obligadas a hacerlo en comunidad.  Ellas asumen los consejos evangélicos de castidad perfecta, obediencia y pobreza en su propio estado de vida, viviéndolos inmersas en el mundo secular en plena comunión con el Obispo diocesano.

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