El llamado a vírgenes cristianas para
consagrarse, ya en esta tierra, al infinito Amor de Cristo Esposo, hunde sus
raíces en los orígenes mismos de la Iglesia. Así lo expresa el Apóstol San Pablo en 1 Cor 7, 34. Esta Voz sigue llamando hoy, con la misma fuerza, con la misma
intensidad, con el mismo sentido profético.
A diferencia de las mujeres que pertenecen
a congregaciones religiosas o institutos seculares, las vírgenes consagradas
viven solas, no están obligadas a hacerlo en comunidad. Ellas asumen los
consejos evangélicos de castidad perfecta, obediencia y pobreza en su propio
estado de vida, viviéndolos inmersas en el mundo secular en plena comunión con
el Obispo diocesano.
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